martes, 3 de marzo de 2009

Noticia de Rebelión enviada por Henar desde email

Rebelion. ¿"Democracia" o democracia obrera?

¿"Democracia" o democracia obrera?



Hay que tener mucho cuidado con la "democracia". Es una palabra demasiado usada, demasiado cargada (o vaciada) de significado. La mayoría sabe que su historia se remonta a Atenas y que el término puede traducirse como "poder del pueblo", y poco más… Desde hace un tiempo vengo leyendo algunos artículos de Joan Tafalla y Joaquín Miras acerca de la democracia. A partir del diagnóstico acertado y compartido, afortunadamente, por muchos comunistas de que el defecto formal de los regímenes del llamado "socialismo real" fue su falta de democracia, Tafalla y Miras han caído en el error de reducir la democracia a su aspecto formal. Se trata, por tanto, de una interpretación idealista de la democracia. Se trata del mismo error que Lenin, entre otros, criticara en el reformismo socialdemócrata de Kautsky y compañía, sólo que Tafalla y Miras no reivindican la "democracia representativa" (esa contradicción en los términos), sino la "democracia directa". Estos autores pretenden, además, fundamentar su posición en la de Marx, Engels y Lenin ("aunque algunos "leninistas" lo hayan negado, existe una sólida teoría del Estado y de la democracia en Lenin", dice Tafalla en su artículo "7 ideas sobre política, democracia y construcción del sujeto revolucionario a principios de siglo": http://www.rebelion.org/noticia.php?id=21072. Pero lo que existe en Lenin es una sólida teoría del Estado y de la dictadura del proletariado o la democracia obrera). Advierto que no voy a hacer una crítica pormenorizada de los textos de Tafalla y Miras, lo que excedería el marco de un artículo. Pero, aunque no cite sistemáticamente sus artículos, debe entenderse que las posiciones que critico son compartidas por ellos.

Empecemos por el tema de la democracia ateniense. Como se sabe, la sociedad ateniense era una sociedad esclavista y patriarcal. En consecuencia, en Atenas los esclavos, las mujeres y los extranjeros estaban excluidos de la participación política. Por ello la democracia ateniense ha sido vulgarmente interpretada como una democracia limitada, en comparación con la "democracia moderna". Esta interpretación es promovida por la teoría política burguesa, que rechaza la existencia de las clases sociales, la explotación de una clase por otra y la lucha de clases. La democracia ateniense era una democracia directa (valga la redundancia). Las instituciones y procedimientos democráticos que encontramos en la Comuna de Paris de 1871 o en los soviets rusos (el mandato imperativo, la revocabilidad, la temporalidad, la rotación y la rendición de cuentas de los cargos públicos, etc.) ya se encontraban en la democracia ateniense, junto con otros que no encontramos en la Comuna ni en los soviets, como el procedimiento de elección por sorteo, utilizado casi compulsivamente en Atenas. Y, aun siendo una verdadera democracia, el régimen político ateniense era un régimen esclavista, patriarcal e imperialista. Lo que diferencia a la democracia ateniense y a los soviets rusos no es, ante todo, su aspecto formal, sino su contenido de clase. Para la teoría marxista, el Estado es el aparato de dominación de una clase sobre otra. La democracia es una forma de Estado (un régimen político) entre otras y, en tanto que tal, una forma de dominio de una clase sobre otra. Lo que distingue al régimen democrático es que la clase dominante ejerce su dominio colectivamente. En el caso de la democracia ateniense, la clase dominante era la clase de los propietarios varones atenienses, y la principal clase dominada y explotada era la de los esclavos. Sin embargo, en un artículo de Tafalla y Miras, titulado "El comunismo, consciencia crítica del movimiento democrático" (http://www.kaosenlared.net/noticia/comunismo-consciencia-critica-movimiento-democratico), sus autores afirman (con Arthur Rosenberg): "La democracia es el nombre de un movimiento organizado de masas mediante el que la plebe o clases subalternas, socialmente mayoritarias, pugna por constituirse en poder político (Rosenberg). "Democracia" es el nombre maldito y de los malditos, desde los orígenes de la tradición mediterránea, y así consta en los clásicos, Platón o Aristóteles. La democracia, el poder de los pobres, reaparece en la contemporaneidad, como hemos escrito, durante la Revolución francesa". Frente a esta concepción idílica de la democracia ateniense debemos decir lo siguiente: Los ciudadanos atenienses eran, en el siglo V, unos 40.000, de una población total de 250.000 (es decir, representaban apenas el 20% de la población). El número de esclavos, según estas cifras, debía rondar los 130.000 (ver D. Musti, Demokratía. Orígenes de una idea, Alianza, p. 162). La concepción aristotélica de la democracia como el "poder de los pobres" puede sostenerse sólo si se entiende, como lo hacía Aristóteles, que los "pobres" no eran los esclavos, sino la fracción mayoritaria de los ciudadanos que tenían menos de 7 hectáreas (los llamados "tetes") y que se veían obligados a trabajar como jornaleros. Pero los verdaderos pobres eran los esclavos, que por no tener no tenían ni siquiera el derecho de propiedad (siendo ellos mismos una propiedad, un "instrumento animado", como los define Aristóteles en su Política) y que constituían la inmensa mayoría de la sociedad ateniense. Habría que preguntarles a los esclavos (por ejemplo a los que trabajaban y morían encadenados en las minas de Laurión) si la democracia ateniense era "el nombre de un movimiento organizado de masas mediante el que la plebe o las clases subalternas, socialmente mayoritarias, pugna por constituirse en poder político". Por otro lado, los líderes políticos más prominentes eran, como se sabe, en su gran mayoría miembros de las familias aristocráticas (ver R. K. Sinclair, Democracia y participación en Atenas, capítulo 3, "privilegios y oportunidades del ciudadano"). Contra la visión idílica de Miras y Tafalla, la democracia ateniense era un régimen de dominación de la clase de los propietarios (ricos y pobres) sobre la clase de los esclavos. El carácter específico de la democracia ateniense consistía en que la dominación era ejercida, democráticamente, por el conjunto de la clase dominante, y no sólo por una fracción (como en la oligarquía o la aristocracia). Esta visión idealista de la democracia ateniense se debe a una interpretación formal de la democracia, que pasa por alto su contenido de clase.

Por otro lado, Tafalla y Miras pretenden fundamentar el comunismo de Marx y Engels en la tradición democratista jacobina. Para ello se basan sobre todo en escritos de Robespierre y Saint-Joust (véase el artículo de Joan Tafalla, "De la importancia del qué hacer y del cómo hacer": http://www.rebelion.org/noticia.php?id=74752). A quien haya leído la Constitución de los atenienses de Aristóteles no le sorprenderán los procedimientos democráticos defendidos por los jacobinos: la revocabilidad, la rotación, la temporalidad, la rendición de cuentas, etc., de los cargos públicos (como tampoco le parecerán novedosos dichos procedimientos al encontrarlos en la Comuna de París o en los soviets rusos). Lo novedoso no parece ser, en principio, este aspecto formal del democratismo de los jacobinos, sino su contenido. La democracia propuesta por los jacobinos no es una democracia de clase, sino una democracia "popular", valga la redundancia, o interclasista (por otro lado, lo novedoso de los soviets rusos no son sus procedimientos democráticos, sino su contenido de clase, el hecho de que se tratara de una democracia obrera). Pero junto con este nuevo contenido, hay un aspecto formal que diferencia el democratismo moderno, jacobino, de la democracia antigua: se trata del "legalismo". Veámoslo en el padre ideológico de los jacobinos: Rousseau. Contra el "sistema representativo", Rousseau aboga por la democracia directa, pero, en consecuencia con su teoría de la voluntad general, restringe la democracia al poder legislativo. Baste con una cita para ilustrar la posición de Rousseau: "No es bueno que quien hace las leyes las ejecute, ni que el cuerpo del pueblo desvíe su atención de las miras generales para volver a los objetos particulares" (Del Contrato social, libro III, cap. IV). Rousseau se convierte así en uno de los padres del moderno "Estado democrático de derecho" (esa consigna que tanto les gusta repetir a nuestros políticos burgueses, y no sólo a ellos), en su versión más democrática, claro está. Pero la crítica de Rousseau no es nueva, sino casi tan antigua como la propia democracia ateniense. Ya Aristóteles achacaba a la democracia su carácter tiránico, en el sentido de alegal, quejándose de que el pueblo ateniense "todo lo gobierna mediante votaciones de decretos y por medio de los tribunales" (Constitución de los atenienses). Rousseau repite la misma queja, y Kautsky volverá a hacerlo al criticar la expulsión de los soviets en 1918, por parte del Comité Ejecutivo Central, de los representantes del partido eserista de derecha y de los mencheviques (ver Lenin, La revolución proletaria y el renegado Kautsky). Para Aristóteles, el régimen ideal era un régimen mixto, como el de la llamada "democracia areopagita", previa a las reformas de Efialtes. Igualmente, para los ilustrados como Rousseau, el régimen ideal era el régimen mixto de la República romana.

Dicho esto, quienes, como Joan Tafalla y Joaquín Miras, abogan por la "democracia", sin más, como el régimen político propio del socialismo (o apropiado para el socialismo) no tienen en cuenta, para empezar, el carácter de clase de todo régimen político o forma de Estado. Recordemos la pregunta de Lenin: "¿democracia para qué clase?" (La revolución proletaria y el renegado Kautsky, Progreso, Obras Escogidas en 3 tomos, tomo 2, p. 80). Ni Marx, ni Engels, ni Lenin abogaban por la "democracia", sin más, por una supuesta democracia interclasista o "popular", como régimen político propio del Estado socialista. Como sabemos, la forma de Estado que consideraban necesaria para el período de transición al comunismo, el socialismo, era la "dictadura del proletariado". A partir de diferentes textos de Marx y Engels puede decirse que la dictadura del proletariado es una democracia obrera (esto es algo que queda claro con la sola lectura de La guerra civil en Francia). Entonces, ¿por qué habla Marx de "dictadura del proletariado"? Porque el régimen de que se trata no es un régimen sometido a la legalidad y porque es un régimen transitorio. Lenin vio esto con bastante claridad en La revolución proletaria y el renegado Kautsky: "Kautsky ha tropezado aquí por casualidad con una idea atinada (que la dictadura es un poder no coartado por ley alguna)" (La revolución proletaria y el renegado Kautsky, p. 69). Esta conclusión es muy importante. Para empezar, con ella el marxismo se aparta de la concepción legalista de la democracia por parte de la izquierda burguesa, de raíz jacobina.

Vayamos ya, para concluir, al fondo del asunto. Quienes abogan por la democracia, sin más, como el régimen político propio del socialismo ("del siglo XXI", añaden algunos), que podría conducir a la superación del capitalismo, cometen un error muy evidente. Puesto que la burguesía necesariamente deberá resistirse por la fuerza a un movimiento que tienda a superar el capitalismo (es decir, al socialismo), en última instancia la burguesía sólo podrá ser derrotada por la fuerza organizada de la clase obrera, es decir: por un Estado obrero. Este Estado obrero será, como cualquier Estado, un aparato de dominación de una clase, la clase obrera, sobre otra, la burguesía. Pero, a diferencia de otros Estados anteriores, basados en la explotación de una clase sobre otra, el fin del Estado obrero no será la dominación de una clase sobre otra para su explotación, sino la construcción del socialismo y la resistencia frente a los intentos de la burguesía por retomar el poder. El régimen político del Estado obrero socialista será la democracia obrera, único régimen adecuado para asegurar que el poder sea ejercido por el conjunto de la clase obrera y evitar el peligro de una restauración burguesa (este es el fin que se persigue mediante las instituciones y procedimientos democráticos, ya mencionados, presentes tanto en la Comuna y en los soviets como ya en la democracia ateniense). Pero deberá tratarse de una democracia obrera, no de una democracia interclasista o "popular". Ante todo porque sólo la clase obrera puede conducir, a través de su Estado, al comunismo, puesto que es la clase mayoritaria en la sociedad capitalista y, junto con ello, porque es la única que no perdería nada, sino que ganaría, con la socialización de los medios de producción. Para empezar, los medios de producción deberán pasar a manos del Estado, siendo controlados democráticamente por la clase obrera y, por lo tanto, la propiedad privada de los medios de producción desaparecerá, con lo que no sólo la gran burguesía, sino la pequeña burguesía y los campesinos propietarios perderán la propiedad y el control de los medios de producción. Desde el momento en que sea decretada la socialización de los medios de producción, la condición para la ciudadanía con plenos derechos políticos será la cesión de dichos medios de producción al Estado, y cualquiera que se resista a ello deberá ser obligado y llevado a los tribunales obreros. Por tanto, en el Estado obrero democrático sólo tendrán plenos derechos civiles quienes accedan a formar parte de la clase obrera. Por ello, la democracia obrera no será una democracia "popular" o interclasista, puesto que sólo se reconocerán derechos civiles a los miembros de una sola clase, la clase obrera. Aclaremos, por último, que la alianza entre obreros y "campesinos trabajadores y explotados" establecida en la Revolución rusa no contradice esta concepción de la dictadura del proletariado. Dicha alianza fue impuesta por la existencia de una extensísima masa campesina en un país caracterizado por el escaso desarrollo del capitalismo. Como sabemos, fue este subdesarrollo, junto con la ausencia o el fracaso de revoluciones proletarias en los países capitalistas más desarrollados, el responsable último de la temprana deriva de la URSS hacia el capitalismo de Estado.



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APORTACIÓN DEL MUNDO CLÁSICO AL DESARROLLO DE LA DEMOCRACIA*
Henar Gallego Franco. UVA

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Artículo publicado en Apuntes de Cfie. Derechos Humanos, nº 17, junio 2008, pp.2-7


El intenso trabajo de investigación y reinterpretación de la Antigüedad Grecorromana que historiadores y expertos en la materia han venido desarrollando en las últimas décadas ha generado un estado actual de conocimientos que permiten afrontar el estudio del Mundo Clásico en la actividad de los docentes de Enseñanzas Medias desde una nueva perspectiva, que contribuye a resaltar los valores democráticos que surgieron y se desarrollaron en las antiguas ciudades griegas, siendo Atenas el paradigma por excelencia, así como los elementos de continuidad y ruptura de esta antigua democracia en relación a los actuales regímenes democráticos de los estados europeos occidentales.

Debemos ser conscientes, sin embargo, de que a menudo se ha generalizado excesivamente al vincular en extenso la Grecia clásica con el régimen democrático. Éste fue realmente, en su versión original y más pura y radical, una creación de Atenas, emanada de sus propias tensiones y conflictos económicos y socio-políticos, siendo ésta además una pólis de enorme singularidad en el escenario de las ciudades griegas, por su excepcional potencia demográfica, económica y cultural; ello le permitió poner en funcionamiento un sistema de organización política de la comunidad basado en una participación masiva de los ciudadanos, con el tiempo sostenida económicamente en alto grado por las finanzas públicas. Reflejo de la variedad de regímenes políticos que, de hecho, regían las póleis griegas en la Época Clásica es la famosa obra de la Política de Aristóteles, así como el proyecto de recopilación de las Aconstituciones@ (politeiai) del mundo griego que la escuela aristotélica abordó en la segunda mitad del s. IV a.C., con el objetivo de completar la obra de su maestro, y que reunió algo más de centenar y medio de constituciones.

Pese a ello, es natural que la democracia ateniense siga concitando hoy día un interés docente preferente en las aulas de los distintos niveles educativos, en sintonía con el interés académico, incluso popular, que genera, al ser percibida por las sociedades democráticas occidentales como su más antigua predecesora, máxime cuando el actual proceso de globalización económica también ha tenido como resultado que los valores democráticos de Occidente se hayan esparcido en una posición de preeminencia por todo el globo terráqueo. Este motivo se encuentra en la raíz de la magnificación actual del peso del sistema político democrático en la Antigüedad Griega, así como también contribuye a ello la enorme cantidad de fuentes históricas del mundo griego antiguo que emanan de la propia Atenas, o que se refieren a esta pólis y a su realidad socio-política, aunque provengan de otros ámbitos geográficos griegos; ello ha permitido a los expertos estudiar la constitución ateniense con un nivel de especialización y detalle que es imposible desarrollar en otras comunidades griegas antiguas.Ciertamente, aunque hay expertos puristas que declinan ver en la democracia clásica ateniense un antecedente de las democracias actuales (la primera realmente sería entonces la norteamericana, fundada en 1776), porque ésta no protegía de forma sistemática los derechos de los individuos, es evidente que la esencia del sistema democrático actual se encuentra en ella.

Por todo ello, conviene subrayar a nuestros alumnos los valores y elementos democráticos actuales en relación a los cuales la Atenas democrática se nos presenta históricamente como pionera, entre los que destacan sin duda los de la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley (isonomía), la igualdad de todos los ciudadanos ante el derecho de palabra (isegoría), y la supremacía, como sede esencial y última de la decisión política, de la reunión asamblearia del total del cuerpo cívico con derechos políticos (antecedente de la soberanía popular). Pero nuestros alumnos también deben conocer e identificar las grandes diferencias que la democracia ateniense presenta con las democracias de nuestros actuales estados, como no podía ser de otra manera, ya que la primera emana de un contexto socio-histórico muy distinto al nuestro contemporáneo. Ello explica que la antigua Atenas clásica hiciera posible la convivencia de la democracia con la marginación jurídica, política y socioeconómica de amplios sectores de su propia población, como son las mujeres ciudadanas, privadas de autonomía jurídica individual y derechos políticos activos, los emigrantes, privados de derechos políticos y gravados tributariamente con especial severidad, y los esclavos, carentes de personalidad jurídica y ubicados en la categoría de meras propiedades.

Respecto a la realidad social de la que emanan, los actuales sistemas políticos democráticos occidentales hacen suyos propios los valores de la libertad de los ciudadanos y del carácter de sociedad abierta, no excluyente, que consideran intrínsecos a las sociedades democráticas. Por el contrario, y como acabamos de poner de manifiesto, la democracia ateniense es fruto de una sociedad básicamente elitista y discriminante, en la que la pertenencia al cuerpo cívico y la participación política estaba decisivamente condicionada por criterios de nacimiento y de género, y en la que amplias e importantes parcelas de su estructura económica se sostenían en el trabajo de los esclavos. Del mismo modo, en la democracia ateniense la libertad de los ciudadanos era un valor importante, pero no tanto como para estar por encima del bienestar general de la comunidad, es decir, del interés común, y del sometimiento de cada uno de los miembros de ésta a las leyes por las que se rigen como grupo. El resultado de ello es que la democracia clásica ateniense no desarrolla en absoluto la noción de protección sistemática de los derechos individuales, de la privacidad de los ciudadanos, inherente a las actuales de democracias occidentales.

En relación a su funcionamiento, la democracia ateniense carece de dos principios políticos básicos en las democracias contemporáneas occidentales: la representación de los ciudadanos y la separación de poderes. Nuestras actuales democracias se basan en el sistema de gobierno representativo, es decir, la comunidad de ciudadanos elige por votación a sus representantes, y en el órgano asambleario constituído por éstos reside en esencia la toma de decisiones sobre la vida de la comunidad. El reconocimiento y protección de los derechos individuales previene el abuso de poder por parte de estos representantes en el sistema. Sin embargo, la antigua Atenas disfrutó de una democracia directa, en la cual las decisiones se tomaban “directamente” a través del voto de los ciudadanos en reuniones colectivas de la asamblea (ekklesia) y de los jurados (heliea). Este es probablemente el rasgo de la antigua democracia ateniense que despierta un mayor interés y grado de debate en nuestra sociedad actual, en la que la participación e implicación popular en el gobierno de la comunidad es mucho más limitada, de manera que miramos al modelo ateniense preguntándonos si hoy día sería viable una participación más activa y directa de la masa de ciudadanos en las decisiones de gobierno de los actuales estados democráticos.

Por otro lado, como consecuencia de ser una democracia directa, en la vida política de la Atenas clásica no existían los partidos políticos, entendidos como organizaciones perfectamente estructuradas y jeraquizadas, y diseñadas para captar el voto de los ciudadanos, que en las democracias occidentales aparecen como consecuencia lógica de los gobiernos representativos. Por la misma razón, aquellos ciudadanos que llegaron a ejercer en la Atenas democrática una posición de liderazgo político, siendo el caso más eminente sin duda el de Pericles, se aupaban a esa situación moviéndose con perspicacia, astucia y determinación en un inestable y cambiante escenario de facciones y grupos de influencia extra-constitucionales, pues no contaban con la legitimidad que dan los votos en las democracias representativas occidentales. El propio papel de líder estaba al margen del marco constitucional, ya que en la democracia ateniense prevalecía la fragmentación del poder, de modo que éste, sobre todo en su vertiente de ejercicio individual(consejeros o bouleutas, jurados y magistraturas), fuera repartiéndose entre todos los ciudadanos sucesivamente (primando la elección por sorteo), sin que uno de ellos pudiera, en un momento dado, concentrarlo de forma autocrática en sus manos. Se trataba, por todo ello, de un liderazgo que no lo proporcionaba el respaldo de un partido político, sino el propio prestigio y el mérito personal, en función de la virtud de la trayectoria vital de cada individuo y del valor de las acciones realizadas altruistamente por él en beneficio de la comunidad.

Igualmente, el funcionamiento de la democracia en la Atenas clásica es ajeno al principio de la separación de poderes, incuestionable en nuestras democracias actuales, es decir, de la división del poder en legislativo, ejecutivo y judicial, funcionando cada una de estas parcelas de forma autónoma e independiente respecto a las demás en el marco de un complejo sistema de controles mutuos que garantiza la protección del individuo frente al estado. En la práctica política de la democracia ateniense a menudo se mezclaban confusamente los tres elementos formales identificados por Aristóteles (Pol.1297b, 14 – 1298a, 7), el elemento deliberativo asambleario (legislativo), los magistrados (ejecutivo) y los tribunales de jurados (judicial). En síntesis, el grueso del poder se lo repatían la asamblea y los jurados, que mezclaban entre sí sus funciones, ya que la primera podía constituirse en tribunal para los delitos de alta traición, castigados con la pena de muerte (caso célebre del proceso de las islas Arginousas que nos narra Plutarco, Hell., I, 7), y los segundos desarrollaron funciones legislativas para la introducción de nuevas leyes (nomothetai) y despejar las dudas sobre la constitucionalidad de determinados decretos (graphé paranómon); a los magistrados, con excepción de los estrategos (strategoí) sólo les quedaban asuntos más bien rutinarios, sometidos además a un férreo control popular.

Con sus luces y sus sobras, el Mundo Clásico, a través del paradigma de la pólis de los Atenienses, ofrece a la reflexión de nuestras mentes contemporáneas una experiencia única en la historia de democracia directa, un régimen cuya mayor fortaleza es la intensa movilización política de sus ciudadanos, fundamentada en la creencia de que todos son “iguales” (Tucídides, II, 37-39), si bien es cierto que los beneficiarios de este principio de igualdad política eran sólo los varones atenienses mayores de edad y por tanto poseedores de derechos políticos activos. En todo caso a todos éstos, con independencia de su extracción socioeconómica, les era reconocida igual capacidad para elegir por sí mismos el destino de su comunidad y gestionarlo políticamente, capacidad ésta que se buscaba reforzar además a través de la educación y con la propia experiencia cotidiana de participación en las tareas políticas.

BIBLIOGRAFÍA BÁSICA

* Moses I. Finley, El nacimiento de la política, Crítica, Barcelona, 1986.

* Luis M. Macía Aparicio, El estado ateniense como modelo clásico de la democracia, Public. Asamblea de Madrid, Madrid, 1993.

* Francisco Rodríguez Adrados, Democracia y literatura en la Atenas clásica, Alianza, Madrid, 1997

* Roger Brock y Stephen Hodkinson (eds.), Alternatives to Athens. Varieties of Political Organization and Community in Ancient Greece, Oxford University Press, Oxford, 2000.

* Julián Gallego, La democracia en tiempos de tragedia: asamblea ateniense y subjetividad política, Colección Ideas en Debate. Historia Antigua y Moderna, Ed. Miño y Dávila, Madrid-Buenos Aires, 2003.

* Francisco J. Fernández Nieto (Coord.), Historia Antigua de Grecia y Roma, Tirant lo Blanch, Valencia, 2005.

lunes, 2 de marzo de 2009

VOCES DEL PASADO: ELOGIO DEL SISTEMA DEMOCRÁTICO


Tucídides, II, 37-39. Parte del discurso pronunciado por Pericles como oración fúnebre en honor de los caídos en el primer año de la Guerra del Peloponeso.

“Tenemos un régimen de gobierno que no envidia las leyes de otras ciudades, sino que más somos ejemplo para otros que imitadores de los demás. Su nombre es democracia, por no depender del gobierno de pocos, sino de un número mayor; de acuerdo con nuestras leyes cada cual está en situación de igualdad de derechos en las disensiones privadas, mientras que según el renombre que cada uno a juicio de la estimación pública tiene en algún respecto, es honrado en la cosa pública; y no tanto por la clase social a que pertenece como por su mérito, ni tampoco, en caso de pobreza, si uno puede hacer cualquier beneficio a la ciudad, se le impide por la oscuridad de su fama. Y nos regimos liberalmente no sólo en lo relativo a los negocios públicos, sino también en lo que se refiere a las sospechas recíprocas sobre la vida diaria, no tomando a mal al prójimo que obra según su gusto, ni poniendo rostros llenos de reproche, que no son castigo, pero sí penosos de ver. Y al tiempo que no nos estorbamos en las relaciones privadas, no infringimos la ley en los asuntos públicos, más que nada por un temor respetuoso, ya que obedecemos a los que en cada ocasión desempeñan las magistraturas y a las leyes y de entre ellas, sobre todo a las que están legisladas en beneficio de los que sufren la injusticia y a las que por su calidad de leyes no escritas, traen una vergüenza manifiesta a quien las incumple. Y además nos hemos procurado muchos recreos del espíritu, pues tenemos juegos y sacrificios anuales y hermosas casas particulares, cosas cuyo disfrute diario aleja las preocupaciones; y a causa el gran número de habitantes de la ciudad, entran en ella las riquezas de toda la tierra y así sucede que la utilidad que obtenemos de los bienes que se producen en nuestro país no es menos real que la que obtenemos de las de los demás pueblos.”