martes, 3 de marzo de 2009




APORTACIÓN DEL MUNDO CLÁSICO AL DESARROLLO DE LA DEMOCRACIA*
Henar Gallego Franco. UVA

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Artículo publicado en Apuntes de Cfie. Derechos Humanos, nº 17, junio 2008, pp.2-7


El intenso trabajo de investigación y reinterpretación de la Antigüedad Grecorromana que historiadores y expertos en la materia han venido desarrollando en las últimas décadas ha generado un estado actual de conocimientos que permiten afrontar el estudio del Mundo Clásico en la actividad de los docentes de Enseñanzas Medias desde una nueva perspectiva, que contribuye a resaltar los valores democráticos que surgieron y se desarrollaron en las antiguas ciudades griegas, siendo Atenas el paradigma por excelencia, así como los elementos de continuidad y ruptura de esta antigua democracia en relación a los actuales regímenes democráticos de los estados europeos occidentales.

Debemos ser conscientes, sin embargo, de que a menudo se ha generalizado excesivamente al vincular en extenso la Grecia clásica con el régimen democrático. Éste fue realmente, en su versión original y más pura y radical, una creación de Atenas, emanada de sus propias tensiones y conflictos económicos y socio-políticos, siendo ésta además una pólis de enorme singularidad en el escenario de las ciudades griegas, por su excepcional potencia demográfica, económica y cultural; ello le permitió poner en funcionamiento un sistema de organización política de la comunidad basado en una participación masiva de los ciudadanos, con el tiempo sostenida económicamente en alto grado por las finanzas públicas. Reflejo de la variedad de regímenes políticos que, de hecho, regían las póleis griegas en la Época Clásica es la famosa obra de la Política de Aristóteles, así como el proyecto de recopilación de las Aconstituciones@ (politeiai) del mundo griego que la escuela aristotélica abordó en la segunda mitad del s. IV a.C., con el objetivo de completar la obra de su maestro, y que reunió algo más de centenar y medio de constituciones.

Pese a ello, es natural que la democracia ateniense siga concitando hoy día un interés docente preferente en las aulas de los distintos niveles educativos, en sintonía con el interés académico, incluso popular, que genera, al ser percibida por las sociedades democráticas occidentales como su más antigua predecesora, máxime cuando el actual proceso de globalización económica también ha tenido como resultado que los valores democráticos de Occidente se hayan esparcido en una posición de preeminencia por todo el globo terráqueo. Este motivo se encuentra en la raíz de la magnificación actual del peso del sistema político democrático en la Antigüedad Griega, así como también contribuye a ello la enorme cantidad de fuentes históricas del mundo griego antiguo que emanan de la propia Atenas, o que se refieren a esta pólis y a su realidad socio-política, aunque provengan de otros ámbitos geográficos griegos; ello ha permitido a los expertos estudiar la constitución ateniense con un nivel de especialización y detalle que es imposible desarrollar en otras comunidades griegas antiguas.Ciertamente, aunque hay expertos puristas que declinan ver en la democracia clásica ateniense un antecedente de las democracias actuales (la primera realmente sería entonces la norteamericana, fundada en 1776), porque ésta no protegía de forma sistemática los derechos de los individuos, es evidente que la esencia del sistema democrático actual se encuentra en ella.

Por todo ello, conviene subrayar a nuestros alumnos los valores y elementos democráticos actuales en relación a los cuales la Atenas democrática se nos presenta históricamente como pionera, entre los que destacan sin duda los de la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley (isonomía), la igualdad de todos los ciudadanos ante el derecho de palabra (isegoría), y la supremacía, como sede esencial y última de la decisión política, de la reunión asamblearia del total del cuerpo cívico con derechos políticos (antecedente de la soberanía popular). Pero nuestros alumnos también deben conocer e identificar las grandes diferencias que la democracia ateniense presenta con las democracias de nuestros actuales estados, como no podía ser de otra manera, ya que la primera emana de un contexto socio-histórico muy distinto al nuestro contemporáneo. Ello explica que la antigua Atenas clásica hiciera posible la convivencia de la democracia con la marginación jurídica, política y socioeconómica de amplios sectores de su propia población, como son las mujeres ciudadanas, privadas de autonomía jurídica individual y derechos políticos activos, los emigrantes, privados de derechos políticos y gravados tributariamente con especial severidad, y los esclavos, carentes de personalidad jurídica y ubicados en la categoría de meras propiedades.

Respecto a la realidad social de la que emanan, los actuales sistemas políticos democráticos occidentales hacen suyos propios los valores de la libertad de los ciudadanos y del carácter de sociedad abierta, no excluyente, que consideran intrínsecos a las sociedades democráticas. Por el contrario, y como acabamos de poner de manifiesto, la democracia ateniense es fruto de una sociedad básicamente elitista y discriminante, en la que la pertenencia al cuerpo cívico y la participación política estaba decisivamente condicionada por criterios de nacimiento y de género, y en la que amplias e importantes parcelas de su estructura económica se sostenían en el trabajo de los esclavos. Del mismo modo, en la democracia ateniense la libertad de los ciudadanos era un valor importante, pero no tanto como para estar por encima del bienestar general de la comunidad, es decir, del interés común, y del sometimiento de cada uno de los miembros de ésta a las leyes por las que se rigen como grupo. El resultado de ello es que la democracia clásica ateniense no desarrolla en absoluto la noción de protección sistemática de los derechos individuales, de la privacidad de los ciudadanos, inherente a las actuales de democracias occidentales.

En relación a su funcionamiento, la democracia ateniense carece de dos principios políticos básicos en las democracias contemporáneas occidentales: la representación de los ciudadanos y la separación de poderes. Nuestras actuales democracias se basan en el sistema de gobierno representativo, es decir, la comunidad de ciudadanos elige por votación a sus representantes, y en el órgano asambleario constituído por éstos reside en esencia la toma de decisiones sobre la vida de la comunidad. El reconocimiento y protección de los derechos individuales previene el abuso de poder por parte de estos representantes en el sistema. Sin embargo, la antigua Atenas disfrutó de una democracia directa, en la cual las decisiones se tomaban “directamente” a través del voto de los ciudadanos en reuniones colectivas de la asamblea (ekklesia) y de los jurados (heliea). Este es probablemente el rasgo de la antigua democracia ateniense que despierta un mayor interés y grado de debate en nuestra sociedad actual, en la que la participación e implicación popular en el gobierno de la comunidad es mucho más limitada, de manera que miramos al modelo ateniense preguntándonos si hoy día sería viable una participación más activa y directa de la masa de ciudadanos en las decisiones de gobierno de los actuales estados democráticos.

Por otro lado, como consecuencia de ser una democracia directa, en la vida política de la Atenas clásica no existían los partidos políticos, entendidos como organizaciones perfectamente estructuradas y jeraquizadas, y diseñadas para captar el voto de los ciudadanos, que en las democracias occidentales aparecen como consecuencia lógica de los gobiernos representativos. Por la misma razón, aquellos ciudadanos que llegaron a ejercer en la Atenas democrática una posición de liderazgo político, siendo el caso más eminente sin duda el de Pericles, se aupaban a esa situación moviéndose con perspicacia, astucia y determinación en un inestable y cambiante escenario de facciones y grupos de influencia extra-constitucionales, pues no contaban con la legitimidad que dan los votos en las democracias representativas occidentales. El propio papel de líder estaba al margen del marco constitucional, ya que en la democracia ateniense prevalecía la fragmentación del poder, de modo que éste, sobre todo en su vertiente de ejercicio individual(consejeros o bouleutas, jurados y magistraturas), fuera repartiéndose entre todos los ciudadanos sucesivamente (primando la elección por sorteo), sin que uno de ellos pudiera, en un momento dado, concentrarlo de forma autocrática en sus manos. Se trataba, por todo ello, de un liderazgo que no lo proporcionaba el respaldo de un partido político, sino el propio prestigio y el mérito personal, en función de la virtud de la trayectoria vital de cada individuo y del valor de las acciones realizadas altruistamente por él en beneficio de la comunidad.

Igualmente, el funcionamiento de la democracia en la Atenas clásica es ajeno al principio de la separación de poderes, incuestionable en nuestras democracias actuales, es decir, de la división del poder en legislativo, ejecutivo y judicial, funcionando cada una de estas parcelas de forma autónoma e independiente respecto a las demás en el marco de un complejo sistema de controles mutuos que garantiza la protección del individuo frente al estado. En la práctica política de la democracia ateniense a menudo se mezclaban confusamente los tres elementos formales identificados por Aristóteles (Pol.1297b, 14 – 1298a, 7), el elemento deliberativo asambleario (legislativo), los magistrados (ejecutivo) y los tribunales de jurados (judicial). En síntesis, el grueso del poder se lo repatían la asamblea y los jurados, que mezclaban entre sí sus funciones, ya que la primera podía constituirse en tribunal para los delitos de alta traición, castigados con la pena de muerte (caso célebre del proceso de las islas Arginousas que nos narra Plutarco, Hell., I, 7), y los segundos desarrollaron funciones legislativas para la introducción de nuevas leyes (nomothetai) y despejar las dudas sobre la constitucionalidad de determinados decretos (graphé paranómon); a los magistrados, con excepción de los estrategos (strategoí) sólo les quedaban asuntos más bien rutinarios, sometidos además a un férreo control popular.

Con sus luces y sus sobras, el Mundo Clásico, a través del paradigma de la pólis de los Atenienses, ofrece a la reflexión de nuestras mentes contemporáneas una experiencia única en la historia de democracia directa, un régimen cuya mayor fortaleza es la intensa movilización política de sus ciudadanos, fundamentada en la creencia de que todos son “iguales” (Tucídides, II, 37-39), si bien es cierto que los beneficiarios de este principio de igualdad política eran sólo los varones atenienses mayores de edad y por tanto poseedores de derechos políticos activos. En todo caso a todos éstos, con independencia de su extracción socioeconómica, les era reconocida igual capacidad para elegir por sí mismos el destino de su comunidad y gestionarlo políticamente, capacidad ésta que se buscaba reforzar además a través de la educación y con la propia experiencia cotidiana de participación en las tareas políticas.

BIBLIOGRAFÍA BÁSICA

* Moses I. Finley, El nacimiento de la política, Crítica, Barcelona, 1986.

* Luis M. Macía Aparicio, El estado ateniense como modelo clásico de la democracia, Public. Asamblea de Madrid, Madrid, 1993.

* Francisco Rodríguez Adrados, Democracia y literatura en la Atenas clásica, Alianza, Madrid, 1997

* Roger Brock y Stephen Hodkinson (eds.), Alternatives to Athens. Varieties of Political Organization and Community in Ancient Greece, Oxford University Press, Oxford, 2000.

* Julián Gallego, La democracia en tiempos de tragedia: asamblea ateniense y subjetividad política, Colección Ideas en Debate. Historia Antigua y Moderna, Ed. Miño y Dávila, Madrid-Buenos Aires, 2003.

* Francisco J. Fernández Nieto (Coord.), Historia Antigua de Grecia y Roma, Tirant lo Blanch, Valencia, 2005.

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